Perderme entre melodias, irme lejos, no volver...

Perderme entre melodias, irme lejos, no volver...

Asi soy yo. Asi me gusta ser

Bienvenido señor lector.
En este blog no encontrará más que las experiencias, anécdotas y reflexiones de una adolescente rara, perdida y algo rayada.
Si no es lo que buscaba, es libre usted de retirarse.
Si quiere saber de que se trata todo esto, sea usted bienvenido...
Juanita.

jueves, 7 de junio de 2012

Fénix

Hubo, alguna vez, una chica que le tenía miedo a su sonrisa.
Ella fue, alguna vez, una niña que vivía en su pequeño mundo de consentimientos y halagos. La hija ilustre, madura, inteligente. Cuyos padres estaban orgullosos, y sus hermanitos admiraban.
Pasó, alguna vez, que el nidito que la acobijaba, segura del mundo exterior, se destruyó sin que ella pudiera siquiera notarlo, distraída en las maravillas de su temprana adolescencia. Y cuando se dio cuenta, ya era demasiado tarde para llorar.
Pero ella era muy fuerte y aún más orgullosa, así que siguió erguida, tragándose su dolor y disfrazándolo con su radiante sonrisa.
Así sucedió que, alguna vez, el amor llegó a su vida y atravesó su alma repleta de batallas interiores. Amagó una caricia, susurró promesas de alivio, pero solamente logró golpear secamente su pecho y dejar marcas donde aún por las noches resuenan dolorosas punzadas lejanas.
Pero no iba a renunciar a sus dientes. Su sonrisa seguía ahí, tan fiel como su motivo. Y era que su única salida a la felicidad no quería ver la tristeza de su interior, por eso, para no desilusionar a ese ser que la hacía olvidar de todas las pestes del universo, lucía esa sonrisa, ese disfraz tan falso como las personas que se alejaban de ella por ser un “bicho raro”.
Así, la niña ya no fue más niña y se convirtió en una apariencia. De día era una rebelde, una chica alegre que no le importaba nada ni nadie. Y se mantenía indiferente al ver que su vida se avecinaba cada vez más a la decadencia. De noche, era un alma que liberaba ese dolor, ese rencor, ese odio, esos miedos. No podía dormir, porque sus ojos ya no derramaban sueños, sino lágrimas. Se miraba al espejo y odiaba a esa idiota, desgraciada, infeliz, torpe e inútil que veía reflejada y a su sonrisa estúpida.
Solamente le quedaba ese ser maravilloso que la hacía volver a ser niña por un momento. Su angelito.
Y ni siquiera eso.
A su angelito lo sedujo el infierno y la abandonó. Ya no la iba a visitar por las noches para que no llorase, porque, aunque ella nunca se lo hubiera dicho para no preocuparlo, el lo sabía muy bien. Ya no la abrazaba, intentando transferir algo de ese dolor a él mismo. Ya no estaba para cantarle y hacer callar todos los pensamientos tóxicos de su cabeza. Ya no estaba. Ya no estaba…
Y su sonrisa comenzó a doler. Y su sonrisa comenzó a darle miedo.
Ella, que ya no podía sonreír, tenía huecos en el alma. Y buscó desesperadamente llenarlos. Y así como de su sonrisa, se despojó de su orgullo, de su dignidad, de su corazón y de la niña que, herida y maltratada, seguía viviendo dentro suyo.
Se desvalorizó, hizo cosas de las cuales su niña interior se horrorizó y no quiso nunca más volver. Su dignidad era un trapo sucio y harapiento que ella se esforzaba por pisotear. Y se odió cada vez más y más.
Y escribía y escribía para sacar a los demonios de su interior, sin ninguna efectividad.
Y a nadie parecía importarle.

Pero sucedió que, alguna vez, en algún lugar, su angelito se enteró de esto. Y mucho más importante que cualquier seducción, era ella. Y con paciencia la ayudó a salir del pozo de odio que ella misma había cavado y se había enterrado.
Levantó su dignidad del suelo, después de tanto tiempo. La remendó, la sacudió y la enarboló, una vez más. Y su orgullo, tan grade como lo fue alguna vez, se centró otra vez en su pecho.
Volvió de las cenizas después de incendiarse en sus propias inmundicias, como un fénix, pero en vez de cantar, mostro sus dientes. Que ya no dolían, que ya no daban miedo, no eran un disfraz.


Recuerdo cuando le tenía miedo a mi sonrisa. Fue un tiempo tan doloroso que recordarlo también duele.
Pero sirvió, fue necesario.
Sirvió para hacerme más fuerte, para valorarme, para respetarme por encima de todas las cosas. Para saber realmente con quien estoy rodeada. Para conocer la hipocresía y la falsedad en cuerpo y forma. Como alguien puede llegar a ser tan desalmado. Lo triste que es ver a alguien que nunca va a saber amar ni ser amado.
Pero sobre todo para agradecer.
Porque quizás, aquella niña tuvo un angelito que la ayudó y nunca le dejó de importar
Pero yo no creo en ángeles.
Así que lo llamo “mejor amigo”.
Mejor amigo, hermano del alma, amor de mi vida…





Juanita.

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